La visión apocalíptica de William Blake

Dicen algunos biógrafos y críticos de arte que el artista William Blake, atormentado por sus propios fantasmas durante el frío invierno londinense, solía hablar cara a cara con su misma sombra. Urdió, además, un universo particular con sus habituales espectros donde prevalecía la oscuridad y las tinieblas. Blake, tenía sus peculiares creencias religiosas. Vivía, dentro de su mundo místico, en un permanente contacto con las Sagradas Escrituras, pero con una visión tan personal que le produjeron visiones sobrenaturales y apocalípticas hasta el final de su vida.

Como sucede siempre con los grandes artistas y genios, Blake resultó un desconocido para su época y fue excluido de los movimientos pictóricos de la Gran Bretaña. Como exponía Sir Ernst Gombrich, profesor de la Universidad de Londres, «no existe, realmente, el Arte. Tan sólo hay artistas». [1] El catedrático advierte al respeto que el Arte, escrita con A mayúscula no existe, «pues el Arte con A mayúscula tiene por esencia que ser un fantasma y un ídolo». Por otra parte, Gombrich considera que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su tema, sino que de la belleza hay que decir de la expresión.

«Tenemos la curiosa costumbre de creer que la naturaleza debe aparecer siempre como en los cuadros en que estamos habituados» [2] –apuntaba el catedrático del Warburg Institute, y que concilia con lo que tratamos de explicar sobre la obra de William Blake. El artista fue un incomprendido para su tiempo, pero, más bien, creemos que fue un adelantado para su época, pese al desprecio que muchos sintieron por su obra.

    El anciano de los días

El anciano de los días
El anciano de los días

La referencia más cercana que los masones tenemos del escritor y grabador inglés Wiliam Blake (Londres, 1577-1827), es por su obra gráfica El anciano de los días (1794, grabado en acero con acuarela, 23,3 x 16,8; Museo Británico, Londres), pieza artística que ha sido reproducida en numerosas revistas y publicaciones masónicas. Blake, no fue masón; sin embargo, ello demuestra lo que han dicho muchos de sus críticos, quienes destacan la influencia de las doctrinas gnósticas y esotéricas, de la visión de la masonería especulativa con relación a la concepción de la figura del Gran Arquitecto del Universo y de otros artistas como Böhme y Swedenborg que contribuyeron en su arte creativo –sin olvidar a Miguel Ángel, quien influyó de manera evidente en su obra– en lo que respecta a la noción de las «anatomías de sus figuras» con énfasis en la luz, pero ataviado de un efectismo contrastado que iluminan sus obras cargadas de una representación mística, de espiritualidad, pero, sobre todo, de una visión apocalíptica.

El anciano de los días, fue una de las ilustraciones creada por Blake para su poema Europa, una profecía. Se dice que Blake «vio esta enigmática figura de un anciano inclinado para medir el globo con un compás en una visión flotando encima de él, y en lo alto de una escalera, cuando estuvo viviendo en Lambeth». Ciertamente, Gombrich cita un pasaje de la Biblia (Proverbios 8, 22-28) en la cual la Sabiduría habla y dice:

Yahveh me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua. Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas, fui engendrada. No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe. Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobe la faz del abismo… [3]

Esta visión del Dios poniendo una bóveda sobre la faz del abismo –que ilustra Blake y que denomina Urizen, como creador del mundo– y que según Gombrich «Blake se formó una mitología particular» y concibió un creador del mundo, «juzgó que éste era perverso, siendo por consiguiente su creador un espíritu maligno». Blake, fue el primer artista del

Renacimiento que de este modo «se rebeló conscientemente contra las normas establecidas por la tradición».

El Anciano de los días, es una acuarela que se adapta a la belleza de la plástica, pero que Blake le da una connotación divina que «mide y controla el universo», donde ese robusto anciano arrastra sus barbas y cabellos, con una pose de geómetra actuando sobre un círculo o un triángulo. Según Alexander Roob, en su libro Alquimia & mística, «Blake ve con toda razón el demiurgo de la gnosis en el Dios deísta de la ilustración creyente en el progreso, un Dios que emprende la huida después de haber puesto en marcha la rueda de la creación y haberla abandonado a su curso disparatado». [4] Dice Roob, que en los textos de Blake se abordan los ritos del desmenuzamiento y resurrección de los metales (la Alquimia) y lo asocia a Hermes con la imagen aportada por la Tabla Esmeralda. Por ello, aclara que hay una relación con «el mito egipcio de Osiris, así como los cultos órficos y dionisiacos perpetuados en nuestros días en el rito masónico».

Hay otro texto con ilustraciones del propio Blake (Jerusalén) donde aparece un hombre con una cabeza de ave, que puede ser una reminiscencia de La melancolía I de Alberto Durero, y que recuerda cuando los neoplatónicos de Florencia ensalzaban la «bilis negra» del temperamento llamado saturnino como una disposición de ánimo propensa a estimular el genio y el conocimiento profundo del ser. Roob, cree que es posible que la cabeza del ave esté inspirada en la representación del dragón lunar en «De oculta philosophia» de Agrippa de Nettesheim.

La caída de Adán
La caída de Adán

    La caída de Adán

Hay otra obra de Blake tan importantes desde la perspectiva de la plástica como su concepción vista desde la órbita de la alquimia: El juicio final (1908, Last Judgement). Allí, Blake afirma que «cuando la imaginación, las artes y las ciencias y todos los dones del Espíritu Santo se consideran vanos y a los hombres sólo les queda competir entre ellos, entonces comenzará el Juicio Final». Esto, obviamente, es la visión apocalíptica que el escritor asume en toda su obra. Igual sucede en La caída del hombre (1807, The Fall of Man), donde «la caída de Adán trajo consigo que el hombre fuera arrancado de la unidad original interior y arrojado al mundo exterior de los contrarios».

En El libro de Urizen, Lambeth, Blake dice que Urizen se ha escindido de la eternidad y se incuba a sí mismo «en un sueño petrificado». Es el cuerpo del mundo donde «Eones y más eones pasan sobre él». De igual forma, en la figura de «Los», el profeta de la imaginación, Blake ha incluido la concepción que tenía Paracelso del «volcán interior» al que llama «artífice y artesano de todas las cosas», tal como lo describe Roob, cuando afirma que «es el fuego secreto que en el interior de la naturaleza transforma el espíritu divino en materia». [6] Hay otro aspecto a tomar en cuenta que coincide con la figura del Dios arquitecto, creador del cosmos y del universo, como es el caso del Dios padre midiendo el mundo con su compás (miniatura de la Biblia moralizada, Osterrreichische Nationalbibliothek, Viena) que «según las pautas racionales y geométricas fue utilizada por los alquimistas como una imagen emblemática del papel del maestro, quien ha cumplido la Gran Obra y ha conquistado la piedra filosofal». [7]

Al Dios arquitecto se le representa ordenando el caos tal como lo simboliza Blake en El anciano de los días y en El demiurgo, ilustración de Jerusalén. Es la metáfora del divino arquitecto y como «el demiurgo platónico, tienen la clave que permiten dar vida a las sustancias inertes y extraer de la materia el elemento espiritual que impregna todo lo que ha sido creado» [8]. El tema iniciático, esencial también en la masonería, encontró en William Blake uno de sus motivos privilegiados. Como sostiene Gombrich, Blake estuvo tan sumido en sus visiones que «rechazó dibujar del natural» y confió eternamente en su «mirada interior».

Blake, además de poeta, pintor y místico fue también un visionario. Pese a que no fue reconocido como un gran pintor en su momento, resultó al correr del tiempo uno de los artistas más excepcionales de los últimos siglos no sólo de la Gran Bretaña sino del mundo. La vida atormentada que lo cobijó, unido a la incomprensión de su calidad como artista y poeta, no le permitió disfrutar del éxito. Vivió, por consiguiente, sumido en la pobreza.

Por eso, hoy se le recuerda como el «artista-mago» por esa aureola sobrenatural y apocalíptica que lo envolvía. Sin embargo, su calidad como artista no impidió tampoco que se convirtiera, además, en un hombre progresista y avanzado en su tiempo. Esto, lo convirtió en defensor de la Revolución Francesa, mientras criticaba al rey de Inglaterra. Fue un lector apasionado, autodidacta, un auténtico devorador de libros. Entre sus lecturas destacaban la del místico y esoterista alemán de finales del siglo xvi y principios del xvii, Jacob Böhme.

Recordemos que a diferencia del francés, el romanticismo británico se centra en el paisaje, el retrato y algún que otro pintor de carácter visionario. El arte de Blake, es visto en Inglaterra como la de un poeta místico y visionario con«una estrecha fruente de inspiración ceñida principalmente a la Biblia, pudiendo ser considerado el punto culminante del esoterismo del arte romántico británico». [9] Poeta y pintor, resulta muy difícil separar ambas facetas. Pero Blake fue un adepto al misticismo de Swedenborg y Böhme, en que «la naturaleza es símbolo del espíritu, el cual compone al mundo, y rechaza la exterioridad». [10] Se dice, además, que en la obra de Blake hay un simbolismo esotérico en su pintura que trasciende incluso al color.

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